14 de enero de 2012

 Siempre he odiado los días como hoy. Esos días en los que lo echas absolutamente todo de menos. Echas de menos el pasado, por mucho que duela. A tus amigos. Tu antigua ciudad y tu antigua casa. Las cosas que solías hacer y que has dejado a un lado. Ver el sol todos los días... En los que le echas de menos a él. Él es esa persona que es capaz de hacerte sonreír a cualquier hora del día sin saber que, de vez en cuando, esas sonrisas se convierten el lágrimas por pura impotencia. En los que sientes que ya no vale la pena seguir luchando por lo que quieres. Que las esperanzas se desploman. Y es que, ¿por qué luchar por algo que nunca va a ser posible? Y aún así lo sigues haciendo día tras día. Por puro hábito, porque no te queda otra opción; y porque le quieres. Más que a nadie. Pero eso a veces importa más bien poco. Dicen que nada es imposible, pero hay cosas que no están a nuestro alcance por mucho que nos levantemos después de habernos caído miles de veces intentándolo. Porque soñar, imaginar y creer son cosas totalmente fáciles de hacer y no cuestan nada, pero a veces eso no nos llevan a ninguna parte. A veces nos resistimos a decir esas dos palabras. Dos palabras que ocultan miles de sentimientos. Miles de ilusiones. De decepciones. De esperanzas. Y más de una vez de derrotas. A veces somos incapaces de pronunciar un "te quiero" por pura cobardía, porque tenemos miedo. Miedo a recibir por respuesta un "yo no". Y ¡qué más da! Ahí no se acaba el mundo ¿no? Pero es que dicen que una vez que nos enamoramos nos convertimos en mentirosos. Pero no mentimos para hacer daño; simplemente lo hacemos por miedo a perder a esa persona a la que tanto quieres.
Todavía no he conseguido entender cómo dos palabras tan "sencillas" a simple vista, pueden hacerte la persona más feliz del mundo o, en cambio, joderte la vida por completo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario